miércoles, 8 de junio de 2011

Al Chocó, en avión

Para ir desde Medellín al Chocó tomé un vuelo de Satena que me dejó en Quibdó y de allí otro vuelo de Satena hasta Nuquí. Los tramos son cortos, de menos de media hora cada uno, pero en Quibdó hay que esperar una cuantas horas, y a veces los vuelos no salen, como ocurrió a la vuelta. El avión a Quibdó es de 32 plazas, el otro casi no es un avión.
El aeropuerto de Quibdó es nuevo; un gran tinglado con arcos y vigas de metal. Cuatro negocios: "Café Chocó mestizo. Un encuento feliz", "Bar restaurante Loren", "Crokan pollo, la estrella del sabor" y un local de artesanías (hamacas, bolsos de fibras vegetales, heliconias de madera balsa) sin nombre.
Algunos de los muchachos que atienden los mostradores de las aerolínea (Satena, Aires, Easy Fly y ADA) parecen de la NBA; hay otros más delgados, pero igualmente altos, que caminan como si se deslizaran o como si estuvieran suspendidos por hilos invisibles. Las niñitas, altísimas y delgaditas como juncos, tienen complicados peinados con trencitas, bolitas de colores, mostacillas. Algo pasa para que esas niñitas gráciles de pantalones pescadores y tops con brillitos se conviertan, pocos años más tarde, en redondas mujeres cuyos cuerpos rebalsan los pantalones ajustadísimos, a punto de estallar.
En el aeropuerto la refrigeración está puesta al máximo y a tono con el frío europeo por los altoparlantes suena música de Vivaldi, Mozart y Beethoven.
En el vuelo de Quibdó a Nuquí el avioncito sube y baja, como si fuera acompañando las ondulaciones del terreno, y se puede distinguir cada árbol y cada casa a orillas del río. Las fotos son malas, pero dan una idea.


Gonzalo Ariza, en Aserríos del Chocó (Colección de arte del Banco de la República), muestra un paisaje del Chocó tal como se lo ve desde el avión.


Finalmente el avioncito llega a la costa.


Y aterriza en Nuquí. El aeropuerto de Nuquí es una sala de 15 por 10 dividida en tres por unos mostradores altos. Una mitad es para la sala de espera, sin paredes, como una galería. La otra mitad está dividida en dos  por una hilera de butacas de cine desvencijadas. Los pasajeros pasan por el lado más pequeño, donde un hombre del ejército anota los datos en un libro de actas. El equipaje se despacha en el patio y se entrega por una reja entornada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario